«No tinc por»

Medio millón de personas salieron a la calle este sábado pasado en Barcelona en una histórica manifestación en favor de la paz y contra el terrorismo tras los atentados yihadistas del 17 de agosto en esta misma ciudad y Cambrils.

Bajo el lema “No Tinc Por” (“No tengo miedo”), los manifestantes recorrieron el Passeig de Gràcia y llegaron hasta la Plaça Catalunya. Algunos, incluso, seguimos Les Rambles abajo pasando por los altares y otros espacios memoriales que, en recuerdo de las víctimas, se levantaron de forma espontánea en algunos puntos a lo largo del macabro recorrido de la furgoneta conducida por Younes Abouyaaqoub.

 

Tal y como dispusieron los organizadores de la manifestación – el Ajuntament de Barcelona y la Generalitat de Catalunya –, se optó por dar protagonismo ese día a la ciudadanía y que la multitudinaria marcha fuera encabezada por representantes de los cuerpos de seguridad, los equipos de emergencias y los voluntarios, dejando en un segundo plano a las autoridades políticas, entre las cuales se encontraban el Rey Felipe VI, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el president de la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, entre otras muchas.

De esta forma, 500.000 personas expresaron, de forma unánime, su repulsa a los atentados reivindicados por Estado Islámico y mostraron su apoyo a las víctimas y sus familiares. Una infinidad de entidades – muchas de ellas, colectivos musulmanes – se unieron a este clamor popular que gritaba “No tinc por!” (“¡No tengo miedo!”)

Momento de la manifestación del pasado 26 de agosto a su paso por la Plaça Catalunya, en Barcelona / foto: @lluisrodricap

Un total de 1.130 entidades de 28 países de los cinco continentes, según el Consistorio, se adhirieron a la manifestación y caminaron junto al resto de ciudadanos conformando una enorme amalgama de personas de diferentes procedencias, etnias, razas y religiones que unánimemente clamaron contra el terror.

La comunidad saharaui también estuvo presente en este llamamiento popular. Enhamed Ahmed, ataviado con una bandera saharaui atada al cuello a modo de capa y con crespón negro, acudió a la manifestación no sólo para denunciar cualquier acto terrorista, sino que, como el resto de musulmanes aquella tarde, reivindicó la cultura de paz que profesa el Islam.

Yo estoy aquí para defender que no todos los musulmanes son terroristas. El Islam no es terrorismo. El Islam es amor, es paz, y esta gentuza, estos descerebrados, no atacan en nuestro nombre.

No soy muy partidario de que la comunidad musulmana tenga que justificarse y mostrar más que el resto de ciudadanos que también está en contra de la barbarie terrorista, pero es de entender que muchos musulmanes se sientan empujados a hacerlo después de haber sido colocados en el foco de la atención tras un atentado de estas características, y eso dice mucho de nuestras sociedades. Pero lo que sí parece más acertado es salir y reivindicar que el Islam es una religión de paz, tal y como quería expresar Enhamed.

Este joven saharaui nacido en Smara, en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, quería hablar también en nombre del pueblo saharaui:

– He venido para estar aquí y mostrar que los saharauis estamos con Barcelona. Estamos con toda la gente y todas las víctimas. Nos duele y estamos tristes por todo lo ocurrido, pero todos los que estamos aquí hoy estamos más unidos que nunca.

Los mensajes denunciando las intervenciones militares y a quienes las promueven también se sucedían a lo largo de la multitudinaria marcha. Y en una parte del recorrido, una gran pancarta era portada por una gran marea azul Passeig de Gràcia abajo hasta que fue depositada en el suelo de la Plaça Catalunya. En ella, se podía leer un mensaje claro y directo: “Felipe VI i Govern espanyol, còmplices del comerç d’armes. No teniu vergonya” (“Felipe VI y Gobierno español, cómplices del comercio de armas. No tenéis vergüenza”), en clara alusión a este tipo de negocios que promueven la monarquía española y el gobierno de España con el régimen de Arabia Saudí.

Pancarta en el suelo de la Plaça Catalunya, en Barcelona, en un momento de la manifestación del pasado 26 de agosto / foto: @lluisrodricap

Esta marea azul estaba promovida por un colectivo de más de 170 organizaciones que llamaron a la movilización a la vez que pedían vestir de azul bajo el lema “Anem de blau” (“Vamos de azul”), color que simboliza el mar Mediterráneo y la lucha de estos últimos años en favor de la acogida de refugiados.

La idea era transmitir una imagen de gran ola azul y demostrar al mundo que se pretendía que la manifestación no fuera una manifestación más en contra del terrorismo y que había quien no se sentía cómodo con la presencia de personas que representan políticas en contra de la paz. Y de ahí, la reacción tan hostil de buena parte de la manifestación a la presencia del monarca español.

Y junto a esta marea azul, otras muchas organizaciones y personas independientes tampoco se olvidaron del resto de víctimas que sufren esta violencia en otras latitudes, una violencia que, este mismo mes de agosto, a parte de en Catalunya, también ha golpeado en países como Afganistán, Yemen, Nigeria, Irak, Kenia, Malí, Pakistán, Somalia, Finlandia y Siria, entre otros. Una lista demasiado larga.

La participación de los gobiernos en el comercio de armas promueve el sucio negocio de las guerras y alimenta los conflictos armados y, con ello, también el terrorismo, sobretodo si se trata con países como Arabia Saudí. Y España lo hace.

Pero lamentablemente, Arabia Saudí no es el único país en conflicto con el que comercializa armas el gobierno de España. De hecho, tenemos otro claro ejemplo aquí cerca, al otro lado del mar de Alborán: Marruecos, gran beneficiario del negocio armamentístico español, utiliza parte del material adquirido de España para reprimir brutalmente – y lo lleva haciendo desde hace décadas – a la población civil saharaui, por no hablar de la venta de armamento al régimen alauita durante la guerra del Sahara Occidental (1975 – 1991).

Me encuentro también con Ahmed, un saharaui residente en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona) que también había acudido a la manifestación para expresar su repulsa a cualquier forma de terrorismo. “Incluso del terrorismo de Estado, que es lo que nosotros, los saharauis, estamos padeciendo con el Estado marroquí”, apunta, aunque matiza que él, en cierto modo, se siente parte de España, puesto que él “es de aquí”.

Yo nací en El Aaiún cuando el Sahara Occidental era la provincia española número 53. Por lo tanto, para mí, yo soy español de toda la vida – me explica con una sonrisa que no sé exactamente del todo cómo interpretar.

Enhamed Ahmed, el joven saharaui de antes, en cambio, adopta un discurso más beligerante contra la que, de iure, sigue siendo la potencia administradora del territorio (recordemos que, en 2002, Hans Corell, asesor jurídico de las Naciones Unidas por aquel entonces, dictaminó que España continúa siendo, de iure, la potencia administradora del territorio del Sahara Occidental):

Yo siempre digo que me avergüenza haber sido de una colonia española porque, al fin y al cabo, España no nos reconoce como país, ni como ciudadanos, ni como personas, aunque mis padres, mis abuelos y la mayoría de saharauis de edad hayan sido, en su momento, españoles. Y siguen siendo españoles, aunque no se les reconozca esta condición ni tan siquiera para gestionar un documento. España no está haciendo nada por nosotros.

Al contrario, diría yo. Hace, pero no precisamente en favor del pueblo saharaui.

Oficialmente, la manifestación había concluido, pero las calles del centro de Barcelona seguían concurridas por el gentío que iba y venía como remanente de un fervor ciudadano que, tan sólo un rato antes, había llenado el centro de la ciudad condal al grito de “No tinc por!” y consignas en favor de la paz, la justicia, la defensa de los derechos humanos y la solidaridad, consignas que, por otro lado, se fundían con las que reclamaban que no se cayera en la xenofobia y la islamofobia tras los terribles atentados.

Sí que hubo algunas cosas que sobraron, como la guerra de banderas, la mezquina manipulación periodística de algunos medios de comunicación de la derecha mediática española o el acopio de protagonismo por parte de la fundación Ibn Battuta, muy vinculada al régimen marroquí y con el ex diputado socialista Mohamed Chaib como presidente. No era el día de beneficiarse de un evento de estas características a costa del dolor y la sangre de las víctimas.

Pero me quedo con todo el resto. Y con lo vivido en los días posteriores a los atentados que golpearon mi ciudad y la hicieron llorar. Y sigue llorando por las víctimas, pero cada mañana se levanta y se repite que no tiene miedo mientras Les Rambles, su calle más emblemática, continúa tan llena y concurrida como siempre.

Me dicen que Cambrils hace lo mismo. Y es que no tenim por.

 

 

(*) Imagen de cabecera: Cartel de la manifestación del 26 de agosto en Barcelona 

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