[…] Algunos de los que estaban limpiando los fusiles conmigo se levantaron y se acercaron también a la radio. Sus muestras de contento y entusiasmo contagiaban incluso a los que, como yo, no entendíamos el porqué de aquella contenida alegría.
—Hamdi, ¿qué ocurre? — le pregunté a uno que miraba para nosotros desprendiendo una sonrisa nerviosa y llena de tensión.
—Por fin vamos a ser un país libre — me respondió dándose la vuelta y volviendo vacilante hacia el transistor.
Entonces supe el porqué de aquella algarabía. Aquella radio nacional de los saharauis estaba retransmitiendo en directo la proclamación de la república saharaui.
España había anunciado, en los Acuerdos Tripartitos de Madrid, que el fin de la presencia española en el territorio se llevaría a efecto definitivamente antes del 28 de febrero de 1976, aun sabiendo que, con la entrega del Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania, se entraría en contradicción con la Carta de las Naciones Unidas y con numerosas resoluciones de su Asamblea General en las que se reconocía el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. En definitiva, España se marcharía del territorio del que era la potencia colonizadora sin que concluyera el proceso descolonizador con el que se había comprometido ante la comunidad internacional.
El Frente Polisario tenía claro que no podía descuidar el inminente propósito de los firmantes de los Acuerdos Tripartitos de Madrid, que, a pesar de la disconformidad de la ONU y de lo establecido en la legalidad internacional, se disponían a oficializar lo pactado en un acto el mismo día 28 de febrero en el que España arriaría su última bandera en el Sáhara. Pero los dirigentes polisarios decidieron no dar opción a sus adversarios y aprovecharon el vacío jurídico que significaba la salida de la metrópoli adelantándose así a las intenciones de Marruecos.
Desde el mismo mes de noviembre de 1975, ya se había estimado, como una urgente necesidad, la de llenar ese vacío legal que significaba la salida de la metrópoli, pero se era consciente de que no era lo mismo hacerlo como una entidad estatal, que supondría siempre más reconocimiento internacional, que si se hacía utilizando solo un movimiento de liberación nacional como lo era el Frente Polisario.
Por otra parte, ese vacío que dejaba tras de sí la marcha de la metrópoli solo podía ser ocupado, desde el punto de vista del derecho internacional, por la población afectada como depositaria legal de la soberanía en su territorio. Pero el Frente Polisario sabía que, careciendo de la posibilidad de ejercer su derecho a la autodeterminación por la vía del referéndum tal y como se reclamaba desde el seno de la ONU, la única opción que tenía esta población para recuperar la soberanía nacional en todo el territorio saharaui era la de proclamar una república.
El Frente Polisario se había ganado la legitimidad de su pueblo para asumir ese protagonismo, pero prefirió dotar de plena representatividad la proclamación del nuevo Estado y, para ello, contó con el Consejo Nacional Saharaui, máxima representación popular tras la autodisolución de la Yemaa firmada tres meses antes en Guelta Zemur.
Durante los meses de enero y febrero de 1976, Luali y Brahim Gali habían recorrido las capitales de varios países para intentar recabar apoyos para el reconocimiento de la nueva república. El mismo secretario general del Polisario había viajado a Libia y luego se desplazó a Argel, donde se entrevistó con el General Giap, héroe nacional de la Guerra de Vietnam. Ambos líderes conversaron sobre estrategias de guerra y de las futuras relaciones entre ambos países. Luali consiguió el compromiso por parte del general del reconocimiento vietnamita una vez se proclamara la república saharaui. Ambos aún no sabían que el pueblo saharaui tendría en común con el de Vietnam el hecho de haber sido bombardeado con napalm.
Durante el mes de febrero, Brahim Gali acompañó a Luali a Bamako, Marsella, París, Trípoli y Argel. Gadafi, uno de los más firmes apoyos para los polisarios, llegó a recomendar a los dos líderes saharauis que incluyeran el término “árabe” en el nombre de la futura república para que fuera más evidente su afinidad con las aspiraciones de un mundo árabe unido.
Pero el líder libio no reconocería, por el momento, al nuevo Estado saharaui una vez se proclamase su república, atendiendo a la estrategia de no descolgarse demasiado de la posición del resto de países árabes. Romper con Marruecos podría provocar que la monarquía alauita arrastrara con ella el posicionamiento de algunos de estos países árabes respecto a Libia, algo que significaría además no solo perder la oportunidad de que asumieran el problema del Sáhara, sino también la de que se avinieran a formalizar posteriormente el reconocimiento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). No obstante, Gadafi seguiría siendo quien abastecería de más apoyo logístico y armamentístico al Polisario.
Mientras tanto, otros muchos países, sobre todo africanos, ya habían mostrado su apoyo al reconocimiento de una eventual república saharaui en la XXX sesión de la Asamblea General de la ONU a finales 1975, así que ya eran varios Estados que ya solo estaban esperando una declaración del Frente.
Por su parte, Hasán II tenía que cumplir el tercer punto de los Acuerdos Tripartitos de Madrid, en el que se estipulaba que sería respetada “la opinión de la población saharaui, expresada a través de la Yemaa”. Para ello, hizo llamar a una treintena de notables saharauis que no habían huido en el éxodo y que habían pertenecido a la extinta Yemaa para oficializar, el 26 de febrero de 1976, lo que pretendía ser un reconocimiento de Hasán II como soberano del Sáhara Occidental. Los que habían sido asamblearios de la Yemaa fueron obligados a rendir pleitesía junto a algunos marroquíes y a hacer acatamientos a Hasán II en lo que había sido el salón de plenos de la Asamblea General. En la presidencia, colocaron a Jatri uld Said uld Yumani, que meses antes había huido a Marruecos para jurar lealtad al rey Hasán.
Pero lo expresado por aquellos notables saharauis no tendría validez legal ninguna. Como bien previnieron el resto de miembros de la Yemaa en Guelta Zemur, se autodisolvió la Asamblea General saharaui para precisamente evitar que Marruecos utilizase al resto de asamblearios como representantes de la voluntad popular saharaui y ofrecer ese reconocimiento a las Naciones Unidas.
La ONU, por su parte, había sido invitada por las partes de los Acuerdos Tripartitos de Madrid para asistir ese día en El Aaiún a la pantomima del acto de acatamiento por parte de los notables saharauis que quedaron en la ciudad y para el de la instalación formal de la administración tripartita en la capital saharaui. Pero las Naciones Unidas no solo no enviaron a ningún representante, sino que el propio secretario general, Kurt Waldheim, confirmaba en un comunicado que esa consulta carecía de validez, que fue conscientemente que no había enviado a ningún delegado y que se estaba representando una comedia.
El 28 de febrero, a las 11h de la mañana, las nuevas autoridades en El Aaiún oficializaban el último acto que representaba el fin de la presencia española en el Sáhara. Desde la azotea del Gobierno General del Sáhara, un militar español arrió la bandera de España para que el nuevo gobernador, Ahmed Bensuda, izara la insignia marroquí.
Pero los guerrilleros del desierto se adelantaron, unas horas antes, a las intenciones de Marruecos. El día antes, aún en Argelia, el secretario general del Frente Polisario, Luali, ya hizo unas declaraciones a la televisión argelina anunciando la importancia del acontecimiento que se avecinaba:
—Quisiera que esto lo emitierais en vuestro último servicio de noticias —pidió a los periodistas argelinos —. La gente dispondrá de tiempo suficiente para llegar a Bir Lehlu.
Con estas declaraciones, Luali estaba haciendo un llamamiento a todos los saharauis para que, quienes pudieran, se acercaran a esta pequeña localidad en el norte del Sáhara Occidental para presenciar el nacimiento de la nueva república. Bir Lehlu no era más que un grupo de casas de adobe alrededor de un pozo en medio del desierto a un centenar de kilómetros de la frontera argelina por el este y a unos cincuenta de la mauritana por el sur, pero la ubicación del lugar y cierta improvisación en las formas no imposibilitaron que el modesto despliegue mediático contara con periodistas venidos de todo el mundo.
De esta manera, en una esplanada en aquella noche del 27 al 28 de febrero de 1976, cuando precisamente vencía la presencia española en el Sáhara, nacía la República Árabe Saharaui Democrática. Reunido el Consejo Nacional Saharaui, su presidente, Enhmed uld Zeiu, y el secretario general adjunto del Frente Polisario, Mahfud Ali Beiba, declararon solemnemente y ante miles de desplazados:
— … Hoy, expresada la voluntad del pueblo saharaui y de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas que preservan su derecho a la autodeterminación, proclamamos una república en el Sáhara.
En aquel momento, una vez proclamada la república, todos los allí presentes estallaron en un entusiasmo lleno de júbilo, en el que Brahim Gali y Ahmed Kaid Saleh dispararon al aire sus kalashnikov. En el puesto donde yo me encontraba, algunos de los compañeros, embriagados también por la alegría, cogieron sus fusiles y trataron de hacer lo mismo. Pero los pararon a tiempo:
—¿Qué hacéis, locos? ¡Si pegáis tiros, nos pueden descubrir! — les gritó uno de los mandos.
Así que los combatientes del puesto, y yo con ellos, tuvimos que celebrar, sin demasiado ruido y en la oscuridad de la noche del desierto, uno de los hitos más cruciales en la historia de este pueblo nómada. Había nacido una república para todos los saharauis.
(Texto extraído del libro Una vida junto al Polisario, edición de Universo de Letras, 2022.)
(*) Imagen de cabecera: captura del video de la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) el 27 de febrero de 1976 / fuente: canal de YouTube de Una mirada al Sahara Occidental.