Con su ataque del pasado 7 de octubre, Hamás no solo ha puesto de manifiesto (con muertos encima de la mesa, eso sí) que el conflicto palestino sigue siendo el núcleo sobre el que pivota toda la problemática de Oriente Medio, sino que, además, ha dinamitado, por al menos un tiempo, la propia dinámica de los Acuerdos de Abraham con los que algunos gobiernos árabes han establecido relaciones diplomáticas con Israel en contra de las opiniones públicas de sus respectivos países.
Marruecos es uno de esos países del mundo árabe que establecieron este tipo de relaciones con el Estado sionista y lo hizo a cambio del reconocimiento, por parte de la administración Trump, de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Pero con el genocidio que se está perpetrando sobre Gaza, ¿mantendrá Mohamed VI las actuales relaciones bilaterales con Israel?
La colaboración entre Israel y Marruecos viene de lejos, pero nunca fue tan fructífera como lo ha estado siendo en estos últimos años gracias a los acuerdos de normalización de relaciones entre Rabat y Tel Aviv, alentados en buena parte por el ex presidente estadounidense Donald Trump durante su mandato.
La política exterior de Trump durante sus años de gobierno se caracterizó, en buena medida, por favorecer los intereses de Israel en Oriente Medio y siempre a expensas de las aspiraciones del pueblo palestino, que ha estado contemplando cómo su pretensión de constituir su propio Estado se encontraba cada vez más lejos. Con decisiones tan transcendentales como la de trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén o la de retirar a su país del acuerdo nuclear con Irán, Trump contentaba continuamente al poderoso lobby judío de EEUU, al que pertenece su yerno, Jared Kushner, casado con su hija Ivanka. Nada más llegar a la Casa Blanca, Trump designó a Kushner como consejero superior del presidente de los Estados Unidos y le encomendó, como una de sus principales tareas, la de rediseñar la paz en Oriente Medio, pero, por supuesto, atendiendo siempre a los intereses tanto estadounidenses como israelíes en la región.
Una de las estrategias políticas más determinantes de Trump en este sentido fue la de favorecer el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Estado sionista y algunos países árabes, consiguiéndolo con la firma de los Acuerdos de Abraham de 13 de agosto de 2020 con los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y, un mes más tarde, el 15 de septiembre, con Bahréin. Con Sudán, el acuerdo se selló el 23 de octubre de ese mismo año. Estos reconocimientos siempre tienen un precio y, en el caso de los EAU, se tradujo en su día en un programa de rearme del ejército emiratí aprobado por el Congreso de los EEUU por unos 23.000 millones de dólares. Bahréin, por su parte, tan sólo es una pieza más en el gran tablero que se juega en Oriente Próximo y el establecimiento de sus relaciones con Israel sirvieron para que, en una fase tan inicial, no tuviera que hacerlo Arabia Saudí, el otro gran aliado de Occidente en la región.
En cuanto a Sudán, la normalización de las relaciones bilaterales entre Jartum y Tel Aviv se encuentran actualmente congeladas. Primeramente, se generó un debate interno sobre si la condición de interinidad del Gobierno sudanés de transición democrática que dirigió el país entre 2019 y 2021 era la más adecuada para tomar una decisión de estas características, pero el país africano estaba esperando también a que los EEUU cumplieran la promesa de levantar las sanciones heredadas del régimen de Omar Bashir e impuestas en su día por la supuesta relación del dictador con el terrorismo de Al-Qaeda. Más tarde, no ayudó el golpe de Estado del general sudanés Al Burhan en octubre de 2021, que llevó a la administración Biden a suspender el envío de unos 700 millones de dólares destinados a apoyar el gobierno civil de transición democrática, incluida ayuda relacionada con el acuerdo de normalización con Israel. Sin embargo, Al Burhan ha tratado de materializar la normalización de relaciones entre Sudán y el Estado sionista anunciadas ya en 2020, aunque estas aún no se han implementado de forma completa debido a la inestabilidad política del país africano, sumido en una guerra que, según un comunicado de ACNUR de este 10 de noviembre pasado, ya ha desplazado a más de 4,8 millones de personas dentro del país y a otros 1,2 millones a los países vecinos desde abril de 20231.
El cuarto país árabe signatario de los Acuerdos de Abraham es Marruecos. Lo hizo en diciembre de 2020 y el precio estaba claro: el régimen marroquí establecería relaciones diplomáticas con Israel a cambio del reconocimiento, por parte de la administración Trump, de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, una operación que se fue fraguando desde un tiempo atrás con viajes a Rabat tanto de Kushner en mayo de 2019 como de la misma Ivanka Trump en el mes de noviembre siguiente, aunque existieron otros viajes calificados como de “no oficiales” que llevaron a varios delegados estadounidenses al país magrebí. Ya en 2019, Israel, entonces el octavo mayor exportador mundial de armas, vendió a Marruecos sistemas militares de radares y comunicaciones a través de terceros países, pero el comercio armamentístico directo entre ambos gobiernos ya se había dado con anterioridad y ha llegado a ser mucho más fluido a partir de la firma de los Acuerdos de Abraham.
Marruecos fue el primer país en reconocer la independencia de Estados Unidos. Lo recordaba el mismo Donald Trump en uno de sus tuits el 10 de diciembre de 2020: “Marruecos reconoció a los Estados Unidos en 1777. Por lo tanto, es apropiado que reconozcamos su soberanía sobre el Sáhara Occidental.” Con su decisión, Trump reactivaba unas relaciones bilaterales entre los gobiernos de Israel y Marruecos que dieron sus primeros frutos con el establecimiento, en 2021, de los primeros vuelos directos entre Tel Aviv y Marrakech para la compañía El Al y entre la capital israelí y Casablanca para la marroquí RAM. En octubre de ese año, la compañía petrolífera israelí Ratio obtenía la concesión para realizar prospecciones en aguas de la ciudad ocupada saharaui de Dajla en busca de yacimientos de hidrocarburos.
Hace unos meses, en este mismo espacio, ya hablamos sobre las relaciones políticas, históricas y comerciales entre Israel y Marruecos. Si queréis acceder al artículo, podéis clicar en la entrada “El idilio entre Israel y Marruecos”.
La intención de Trump era que cada vez más países árabes se sumaran a las firmas de los Acuerdos de Abraham y que un día lo tuviera que hacer también Arabia Saudí, a quien Netanyahu andaba rondando desde hacía tiempo sobre todo para lograr conformar un frente común antiiraní. Pero Riad se mostraba temerosa de que la normalización de relaciones con el Estado sionista echara por tierra su posición como centro del mundo suní y guardián de los dos lugares más santos del islam. Sin embargo, y sobre todo después de contemplar que los EAU habían tomado cierta relevancia internacional al erigirse como el primer país árabe en firmar los Acuerdos de Abraham, el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, llegó a pronunciarse públicamente y en varias ocasiones a favor de un acercamiento de su país a Tel Aviv.
Para sus intereses en la región, la administración Trump se había servido de países que, como los EAU, Bahréin y Marruecos, nunca habían sido una punta de lanza en el activismo antiisraelí. Cada uno de estos Estados tenía una estrategia nacional propia que podía encajar bien con la normalización de relaciones con Israel. En el caso de los EAU y Bahréin, se trataba de conformar un frente común contra Irán o incluso Turquía, mientras que, en el caso de Marruecos, la contraprestación era la del reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara Occidental por parte de la administración Trump. Pero como se ha dicho antes, las aspiraciones de Trump y Netanyahu no solo se limitaban a estas tres monarquías árabes más Sudán, sino que pretendían hacer signatarios también de los Acuerdos de Abraham a otros países árabes, conformando un nuevo paradigma en la región en el cual la causa palestina ya no fuera tan determinante a la hora de relacionarse con el Estado hebreo.
Pero Hamás ha roto ahora con toda esta dinámica. Su inesperado ataque a Israel del pasado 7 de octubre ha sacudido todo el tablero geopolítico en Oriente Medio y, con él, las relaciones internacionales de los diferentes actores en la región. Por si no cabe un ejemplo más ilustrativo, tenemos las conversaciones sin precedentes, a los pocos días de la ofensiva de Hamás, entre los líderes de los gobiernos de las dos potencias de la región, enfrentadas y enemigas acérrimas entre ellas: por un lado, el presidente de Irán, Ebrahim Raisí, y, por el otro, el primer ministro de Arabia Saudí, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán. Tras siete años de ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países, estas se habían restablecido hacía unos meses gracias a la mediación de China, pero no se había producido una conversación directa entre ambos mandatarios hasta el pasado el 12 de octubre, en la que Raisí y Salmán subrayaron la «unidad islámica» ante los bombardeos sobre Gaza.
Tras semanas de bombardeos y horror sobre Gaza, la respuesta del mundo es demasiado tibia ante la barbarie sionista. Las potencias europeas, con la Unión Europea a la cabeza y con alguna que otra honrosa excepción, bailan al son de los dictados que marcan los EEUU. Sin embargo, el sur global se rebela y, en boca del continente latinoamericano más anticolonial, se levanta una voz frente al colonialismo de Israel y contra la ocupación de Palestina y la masacre en Gaza. Pero algunos países latinoamericanos no se han limitado solo al repudio, sino que han ido más allá. Bolivia, por ejemplo, rompió relaciones con Israel el pasado 31 de octubre. Ese mismo día, el presidente colombiano Gustavo Petro anunció que había llamado a consultas a la embajadora de Israel en el país y llegó a calificar de genocidio lo que está perpetrando Israel en Gaza: “Si hay que suspender relaciones exteriores con Israel las suspendemos. No apoyamos genocidios”, llego a escribir en la red social X.
En Chile, Boric también llamó a consultas a su embajador, mientras que el México de Andrés Manuel López Obrador, AMLO, se pronunció advirtiendo de que el derecho a la legítima defensa de Israel podría constituir crímenes contra la humanidad. Por su parte, el brasileño Lula pidió el fin de los ataques israelíes sobre Gaza y presentó una propuesta en el Consejo de Seguridad de la ONU, del que Brasil ostentaba la presidencia en el mes de octubre, para solicitar “pausas humanitarias”, aunque la petición topó con el veto de los EEUU porque el texto de la propuesta no mencionaba el derecho de Israel a defenderse.
Venezuela no ha roto las relaciones diplomáticas con Israel ahora porque las tiene rotas desde la operación israelí “Plomo Fundido”, ejecutada sobre la Franja de Gaza entre diciembre de 2008 y enero de 2009 y en la que 1.400 palestinos fueron asesinados. Bolivia también rompió relaciones en 2009, pero, tras el golpe de Estado de 2019 de Jeanine Yáñez, estas se restablecieron. Ahora, con Alberto Luis Alberto Arce como presidente del país, las relaciones con Israel vuelven a estar rotas, como hemos apuntado antes, desde el pasado 31 de octubre.
Por su parte, Cuba tiene ya rotas las relaciones con el Estado sionista desde 1973, anunciadas en la cumbre del Movimiento de Países No Alineados de ese año en Argelia.
Pero, en América Latina, no todo son críticas a la actuación de Israel en Gaza. Algunos países, como Guatemala, se han mostrado más comprensivos con la respuesta israelita sobre la Franja, aunque quién ha dejado más claro su apoyo al Estado sionista es el recién elegido presidente de Argentina, el libertario ultraderechista Javier Milei, quien ya ha proclamado que su ejecutivo seguirá los pasos de Donald Trump y trasladará la embajada argentina de Tel Aviv a Jerusalén.
Si bien es cierto que EEUU se ha posicionado del lado de Israel desde el inicio de los bombardeos, también es verdad que la Casa Blanca ha modulado el mensaje de apoyo a Tel Aviv y ha endurecido su postura frente a la barbarie israelita sobre Gaza. Pero, más allá del contexto actual, la administración Biden se había caracterizado, hasta ahora, no por pretender una nueva ola de normalizaciones de relaciones diplomáticas entre los estados árabes e Israel, sino por, más bien, retomar el acuerdo con Irán y encauzar unas mejores relaciones con Arabia Saudí. Con lo ocurrido a partir del pasado 7 de octubre, aún tiene menos sentido para Biden persistir en la persuasión a más países árabes para que se acojan a los Acuerdos de Abraham.
En cuanto a los cuatro países árabes que son signatarios de estos acuerdos, todos se han visto obligados a replantearse si los mantienen o no por los bombardeos sobre Gaza, aunque el país que ha llegado más lejos ha sido Bahréin, que ya ha retirado a su embajador de Israel y ha suspendido sus relaciones económicas con el Estado sionista.
Pero, ¿qué hará Marruecos? ¿Cómo procederá la monarquía alauita frente a la masacre sobre Gaza? ¿Mantendrá Mohamed VI sus relaciones bilaterales con Israel tal como están después de la firma de los Acuerdos de Abraham? Todo parece indicar que el régimen marroquí hará todo lo que esté en su mano para mantener dichos acuerdos, pues está en juego el reconocimiento de la marroquinidad sobre el Sáhara por parte de la administración Biden. Mientras el presidente estadounidense aún no ha aclarado si lo mantendrá o no, las protestas en las ciudades marroquíes por el acercamiento de su Gobierno a Tel Aviv cada vez son más numerosas.
La opinión pública en los diferentes países árabes persiste en su oposición a normalizar relaciones con Israel si no se resuelve previamente la cuestión palestina. Pero anteriormente a la crisis actual entre palestinos e Israel, los diferentes gobiernos árabes se habían ido acercando al país hebreo y se había observado que, poco a poco y con el paso de los años, se producía un ligero incremento de opinión pública en el mundo árabe que compraba el marco mental de que la paz y el entendimiento con Israel ya no debía subyugarse a la cuestión palestina. Aun así, aún era mayoría la población de estos países la que seguía creyendo que no es posible la paz con el Estado sionista sin una solución para el pueblo palestino. Con el contexto actual, este último posicionamiento no ha hecho más que afianzarse aún más entre las sociedades árabes y musulmanas.
La población marroquí no es ajena a esta postura favorable a los derechos del pueblo palestino, pero, a partir de la ofensiva israelí sobre Gaza, la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel ha generado fuertes críticas en el país evidenciadas por manifestaciones masivas en Rabat y Casablanca, donde decenas de miles de personas han expresado su descontento y han demandado la ruptura de los lazos diplomáticos con Israel. Es una respuesta un tanto esquizofrénica, pues, ante dos situaciones de ocupación muy similares, se critica, por un lado, la ocupación de Palestina por parte de Israel, pero, por el otro, se defiende la del Sáhara Occidental por parte de Marruecos.
En cuanto al gobierno de Marruecos, conformado por los partidos Reagrupación Nacional de Independientes (RNI, liberal-centrista), Partido Autenticidad y Modernidad (PAM, liberal-progresista) e Istiqlal (PI, nacionalista), ha pedido el cese inmediato del bombardeo sobre la Franja de Gaza, denunciando la agresión israelí especialmente contra civiles «indefensos». La coalición de gobierno, bajo el liderazgo del presidente Aziz Ajanuch, del RNI, también ha criticado el asedio impuesto a los palestinos, calificándolo como una violación flagrante del derecho internacional que priva a la población palestina de sus necesidades básicas.
Parece que, en esta ocasión, Marruecos sí reclama el cumplimiento del derecho internacional, pero hace oídos sordos cuando se le exige su aplicación en el caso del Sáhara Occidental. Quizá el pueblo saharaui se beneficie ahora del actual contexto mundial, en el que se reivindica la legislación internacional y el cumplimiento de las diferentes resoluciones de las Naciones Unidas como forma para encontrar una solución al conflicto palestino-israelí. Precisamente este marco internacional debería servir para también para encauzar de nuevo el conflicto del Sáhara dentro de las vías del diálogo y la paz.
Sin embargo, observamos como la ONU está siendo desacreditada por los desmanes de un Israel que, sabiéndose impune, incluso se atreve a romper relaciones con la organización mundial y exigir la dimisión de su secretario general, António Guterres, por, en su opinión, justificar a Hamás. En el caso del conflicto del Sáhara, Marruecos también incumple con total impunidad y de manera sistemática las resoluciones de las Naciones Unidas relativas al Sáhara Occidental. Y puede hacer tal cosa porque tiene, como su gran valedor, a Francia, que también tiene derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y, como hace EEUU con Israel, veta cualquier resolución de este organismo que vaya en contra de Marruecos.
Esta desacreditación de las Naciones Unidas puede llevarnos al desastre absoluto. Lo estamos viendo en este tiempo, en el que Israel ha denostado a la ONU haciéndole perder autoridad y sentido mientras sigue violando de forma flagrante el derecho humanitario sobre Gaza. De nada servía que el secretario general de la organización mundial pidiera un alto el fuego, pues los EEUU vetaban esta decisión convirtiéndose en el cómplice que necesitaba Netanyahu para su masacre. Si se sigue permitiendo lo que ocurre en Gaza, todo valdrá después y se mermará aún más la credibilidad de las Naciones Unidas, socavando su autoridad y debilitando su capacidad para resolver conflictos internacionales.
La urgencia por lo que ocurre en Gaza, pero también en otros muchos conflictos silenciados, hace que sea tiempo de dejar de ponerse de perfil. No vale rehuir del derecho internacional y posicionarse en una supuesta neutralidad ante las ocupaciones, los genocidios y las masacres en general, sean estas en Palestina, el Sáhara, Rojava, Yemen o en cualquier otra parte, pues la neutralidad no existe en el derecho. Ante el derecho, existe solamente una posición válida, que es la de estar a favor de su aplicación. Y si no se está a favor de la aplicación del derecho, aunque se le denomine neutralidad, lo que se está haciendo es apoyar su violación. Como decía Desmond Tutu, «si eres neutral en situaciones de injusticia, es que has elegido el lado opresor”.
1 https://www.acnur.org/es-es/noticias/comunicados-de-prensa/sudan-acnur-alerta-del-incremento-de-la-violencia-y-las-violaciones
(*) Imagen de cabecera extraída de revista.elarcondeclio.com.ar
