Sulatana Jaya, ya en 2007: “La policía marroquí hacía turnos para golpearnos”

Una década después, Sultana Jaya ha vuelto a ser salvajemente agredida por las fuerzas de ocupación marroquíes. Ocurrió durante las protestas que la población saharaui llevaba a cabo en El Aaiún a principios de este mes de septiembre pasado para denunciar, ante la vista de una comisión de eurodiputados, el expolio de los recursos naturales del Sahara Occidental por parte de Marruecos. Sultana apareció inconsciente en un callejón a consecuencia de los golpes recibidos. Ante la mala praxis en los hospitales marroquíes hacia otros activistas saharauis, decidió trasladarse a Gran Canaria para tratarse de sus heridas y, una vez volvió al territorio ocupado el 18 de septiembre, fue nuevamente agredida por agentes marroquíes.

Para Sultana, esto no es nuevo, pues ya recibió una brutal paliza en 2007. En aquel entonces, la activista saharaui perdió un ojo a consecuencia de la violenta agresión perpetrada por la policía marroquí. Después de aquel penoso incidente, pudimos hablar con ella y nos relató su estremecedor testimonio en forma de entrevista.

En aquel 2007, Sultana era una joven saharaui natural de la ciudad ocupada de Bojador pero que estudiaba en Marrakech, en Marruecos. Allí participaba en manifestaciones pacíficas en defensa de los derechos humanos en el Sahara ocupado.

– Los saharauis en las zonas ocupadas están viviendo bajo la represión marroquí y son frecuentes las torturas, pero esto es así también para los saharauis que viven en el sur de Marruecos – comenzó a denunciar Sultana.

– Tú eras estudiante en Marrakech cuando fuiste agredida. ¿Cómo son tratados los estudiantes saharauis por el resto de compañeros en las universidades marroquíes?

– Algunos estudiantes nos apoyan, pero los demás aplauden la acción de su Gobierno respecto al Sahara. Y son estos estudiantes los que nos molestan y nos insultan, sobre todo cuando, por ejemplo, las chicas llevamos puesta la melfa. Entonces nos gritan que el Sahara no es nuestro, sino marroquí, y cosas por el estilo.

– ¿Y los profesores? 

– ¿Los profesores? Los profesores tampoco nos tratan bien. También nos interpelan diciéndonos que el Sahara es marroquí y, aunque nosotros sabemos que no lo es y que nunca lo será, siempre acabamos teniendo problemas con ellos y otros responsables de los centros. También nos perjudican en los estudios y nos discriminan por lo mismo de siempre, que es nuestra reivindicación por la libertad en el Sahara.

– ¿Qué os ocurre cuando desafiáis a las autoridades marroquíes y os manifestáis en favor de un Sahara libre?

– En las manifestaciones, pedimos la independencia para el Sahara, y esto es algo que todos los saharauis reclamamos siempre de una forma muy clara y en todas partes, sea en los campamentos de refugiados, en el Sahara ocupado o en cualquier otra parte. Y cuando organizamos las manifestaciones, siempre lo hacemos de forma pacífica. Y es en estas manifestaciones cuando la policía marroquí nos agrede, nos detiene y luego nos tortura. Pero a nosotros nos da igual porque, por nuestro país, vamos a dar lo que sea. Pero lo que sí que no daremos es un paso atrás. Los saharauis estamos preparados para todo aquello que nos puedan hacer, eso lo tenemos muy claro. Así que, todo lo que nos hagan, ya lo esperamos, pero no vamos a dar ningún atrás. 

– ¿Quieres explicar qué es lo que te ocurrió a ti y cómo pasó todo?

– Yo, aquel 9 de mayo de 2007, participaba en una manifestación para denunciar un acto de represión sobre unos estudiantes saharauis en Agadir. Lo que les ocurrió a estos estudiantes tiene que ver con torturas y violación de derechos humanos por parte del Gobierno marroquí. A algunos de esos estudiantes, los encarcelaron e incluso los torturaron, y es por eso que salimos a protestar. Esa es nuestra costumbre: cuando alguien hace daño a un saharaui, es como si nos lo hicieran a nosotros mismos. Los saharauis tenemos esa manera de apoyarnos desde cualquier parte.

En esa manifestación, éramos unos 500 estudiantes saharauis. Nos manifestábamos de manera pacífica y solamente reivindicábamos nuestros derechos como pueblo y nos expresábamos en contra del Plan de Autonomía marroquí. Pero ese día vinieron unos 700 policías marroquíes …

Nuestras consignas eran que “No hay otra alternativa que la independencia” y “No al Plan de Autonomía”, entre otras. Y no teníamos miedo a nada. Pero de repente, los agentes marroquíes nos lanzaron gases y ya no podíamos ver nada. A mí, me cogieron, me pusieron las manos hacia atrás y me golpearon en la cabeza y en todo el cuerpo. Uno de los golpes fue muy fuerte y en el ojo, y me caí al suelo mareada. Y al caer, se me cayó el ojo en la mano. Me levanté y les dije que tenía mi ojo en la mano. Entonces uno de los policías dijo a sus compañeros que me hicieran saltar el otro. Me cogieron a mí porque llevaba la bandera saharaui como vestido y eso les enfurecía. También me tenían controlada del día 27 de febrero anterior [aniversario de la proclamación de la República saharaui], aunque ese día llevaba la bandera en las manos. Así que oí que decían: “¡Dale otro golpe!”, y me dieron otro golpe y me rompieron este hueso – dice Sultana llevándose el dedo al pómulo -. Durante unos 15 minutos, me continuaron golpeando.

Fotograma de Sultana Jaya, en un momento de la entrevista para el documental «Saharauis, entre la ocupación y el exilio».

Después de todo esto, me esposaron y me llevaron de un barrio a otro tirándome del pelo y dándome patadas. Cuando llegamos a una ambulancia, vieron que perdía mucha sangre. Intenté subir a la ambulancia, pero me lanzaron dentro mientras uno de ellos me pegaba otra patada. Yo le dije que me dolía mucho el ojo y que no veía nada. Pero cuando le expliqué que mi ojo no estaba en su sitio, se acercó con sus dos dedos y los metió dentro de la cavidad del ojo. Y mientras los metía, me decía: “¡Esto es para que te quedes siempre ciega!” No suficiente con esto, el chófer de la ambulancia le iba alentando: “¡Dale a los del Polisario, y, si tú no puedes golpearles, déjame a mí que baje, que ya voy yo para atrás!”.

La bota del policía parecía tan grande como la ambulancia, pero él seguía propinándome patadas. Luego, nos cogieron juntas por el pelo a tres chicas y nos golpearon aquí atrás – continuó Sultana, señalándose la nuca –. En esos momentos, sólo deseábamos la muerte.

Cuando llegamos al hospital, tampoco nos recibieron bien. Me sacaron de la ambulancia y me arrastraron hasta el lavabo para lavarme de sangre la cara. Cuando me lavaron la cara, me llevaron a la comisaría de Jemma el-Fna. Allí recibimos muchas torturas, y oímos a uno de ellos que le decía a otro: “Tráeme la gasolina para quemarlas y llévalas al garaje”. Nosotras no entendíamos qué significaba “ir al garaje”. Pero allí nos encontramos con 30 saharauis más, todos ellos esposados y desnudos, a quienes también estaban torturando.

En ese momento, me sentí peor por lo que estaba viendo que les hacían a los saharauis que por el dolor que yo estaba sintiendo. A nosotras tres, nos arrojaron al suelo.

La plaza de Jemma el-Fna es muy famosa para los turistas. Pues en este sitio, hay una comisaría donde torturan a los saharauis.

Mientras estuvimos dentro de esta comisaría, iban haciendo turnos para golpearnos.  Estuvimos ahí medía hora y luego trajeron 25 chicas saharauis más. Eran estudiantes de la Universidad. Las trajeron sin melfas, sin arreglar: las cogieron directamente de sus habitaciones. Les golpearon delante de nosotras y les obligaban a que cantaran el himno nacional marroquí. Y por miedo y para que las dejaran libres, ellas empezaron a cantar. Nos dolía ver que obligaban a saharauis a cantar y a decir cosas que no querían decir, y yo empecé a llorar.

Como me salía mucha sangre por la nariz y por el ojo, me llevaron con otra ambulancia a un hospital. Conmigo, fueron cinco policías, que seguían golpeándome y me iban estrangulando… Y cuando llegue al hospital, nos recibió una enfermera a la que le dijeron: “Dejamos esta chica aquí por si se muere y, si se muere, nosotros no te conocemos ni tú nos conoces a nosotros. Decís que la habéis encontrado aquí, en el hospital”.

Cuando se fueron los policías, la enfermera me llevó a una sala donde había otros pacientes, todos ellos marroquíes. Me senté y empecé a llorar. A estos pacientes, les pedí que, por favor, me dejaran un teléfono para poder avisar a alguien de que yo estaba ahí. Y por el miedo que tienen a la policía, todos aquellos marroquíes me dijeron que no podían hacer nada por mí. Creen que la policía lo es todo y le tienen mucho miedo.

Me quedé callada y, en 15 minutos, empecé a oír el ruido de las radios de la policía. Estaban viniendo y oía que preguntaban por la “polisaria”, refiriéndose a mí. Entonces grité “¡Yo soy la polisaria!”. Cuando me vieron, fueron ellos los que me gritaron: “¡¿Venimos por ti y sigues diciendo que eres polisaria?!” Entonces me cogieron por el pelo, me dieron otra patada y me caí de cara al suelo. Al caer, empecé a vomitar sangre. Entonces uno de ellos me propinó una patada más, esta vez en la cabeza, me acercó la cara para que tocase la sangre del suelo y me ordenó: “¡Chupa la sangre!”. Y yo, en esa situación, con gatos a mi alrededor que ya estaban chupando esa sangre… Después, otro policía me cogió por los pelos y me llevó a otra habitación, donde me dejaron tirada y esposada.

Sultana Jaya, en 2007.

Hasta las 4h de la madrugada, siguieron con las torturas y, a las 4’30h, vino un grupo más numeroso de agentes. Eran unos quince. Me trajeron 30 dossiers para firmarlos. “¡Levanta y firma estos dossiers para reconocer que los saharauis siempre estáis dando problemas!”, me ordenaron, pero le contesté que no podía firmar porque estaba esposada. Además, tampoco veía nada. Y cuando quise saber qué tenía que firmar, el policía sólo repitió que firmara cogiéndome el dedo y colocando mi huella digital en los dossiers.

Empezó a firmar con mi dedo los dossiers mientras acusaba a los saharauis de terroristas. Le contesté que nosotros no somos conocidos en el mundo como terroristas. Una vez firmé de forma obligada los papeles, me dejaron allí hasta las 7h de la mañana. Entonces una mujer marroquí que me preguntó que qué me había pasado, me ofreció un vaso de leche dándomelo a beber, ya que yo no podía por mí misma. Yo tenía la garganta muy seca porque llevaba dos días en huelga de hambre en apoyo a los saharauis represaliados. Y durante estos dos días, no había bebido nada. Estaba temblando y, al tomar un poco de leche, me sentí mejor. Durante aquel rato, no apareció ningún enfermero o enfermera por allí. Nadie vino a ver mi estado de salud, ni a ofrecerme medicación, ni nada. Ni tan siquiera, un calmante. Y cuando hablé con esta señora, le pedí si podía llamar a un número de teléfono para que avisaran de mi paradero a alguna amiga o familiar. Le escribí un numero en su mano, pero los policías le vieron el número, le hicieron lavarse las manos y le propinaron, también a ella, un par de golpes. Le dijeron que no volviera más al hospital, donde tenía a su madre. En ese momento, la madre la llamó, pero la mujer marroquí no pudo contestar porque estaba llorando por lo que acababa de ocurrir.

Desde que entré en el hospital, había más vigilancia en el edificio para que no entrara ningún saharaui a verme. Luego me llevaron a otra habitación, sola, donde los agentes, cuando fumaban, me tiraban las colillas. A las 11h, entraron en la habitación y me dijeron:” Levántate que te van a operar”. Contesté que no podía hacer nada porque estaba esposada, y les dije que, como mínimo, me dejaran contactar con algún familiar. Al salir ellos, uno se quedó y me dijo: “Yo no podría ver a mi hermana tal como estás tú, así que, si quieres, me das un número de teléfono y llamo a tu familia”. Al principio, me dio miedo porque no puedes fiarte de ellos, pero finalmente le di el número de teléfono de una amiga que se llama Chaia. Y me pasó con mi amiga, a quien le dije: “me van a operar, a ver si puedes venir ahora”. Mi amiga se puso a llorar y rápidamente avisó a mi familia, que vive en Bojador.

Tardó una hora y media en llegar y, durante esta hora y media, me siguieron torturando mucho mientras me decían que no iban a dejar entrar nadie. Ni a Chaia, ni a nadie. Pero cuando llegó Chaia, puso mucho empeño para entrar a verme. También se enteró Brahim Dahane y vino. Él es amigo mío y presidente de la Asociación Saharaui de Víctimas de Violaciones Graves de los Derechos Humanos Cometidas por el Estado Marroquí (ASVDH). Cuando llegó, Brahim abrió la puerta de una patada y les dijo: “¡Esto sí que no me lo podéis prohibir!”, y cuando vio mi situación, quiso saber cuál era mi estado y por qué estaba todavía con las esposas puestas. También preguntó por qué estaba sin ser visitada por los médicos, a lo que los agentes marroquíes respondieron que me iba a someter a una operación.

Cuando me llevaron a operarme, oí como los policías le sugerían al médico que me cosieran el párpado para dejarme una marca estéticamente fea para así, cuando me vean los demás saharauis, provocarles temor ante los marroquíes. Yo les dije que, si fuera por eso, “podrían hacerme lo que quisieran porque eso no va a suscitar ningún miedo a las mujeres saharauis, que van a defender sus derechos hasta la muerte”. Brahim entró en aquel momento y oí que decía: “No van a hacer lo que he escuchado a no ser que tú me digas que te haces responsable de esto”.

Al acabar la operación, no tuve ningún tiempo de recuperación en el hospital. Directamente me sacaron con el vendaje puesto y, cuando me trasladaron con la ambulancia a otro hospital, éste se llenó de amigos saharauis que habían venido nada más enterarse de lo ocurrido.

En la ambulancia no dejaron entrar a nadie. Sí que subieron cinco policías conmigo, pero, cuando una enfermera también quiso subir, no la dejaron y le hicieron ir delante, con el conductor.

En la ambulancia, no tenía ni camilla, y la conducción del chófer era agresiva y brusca a propósito. Cuando llegamos al hospital para hacer las radiografías, los policías hicieron firmar a los médicos conforme no tenía nada roto. Sólo querían que se hiciera constar la lesión del ojo. El medico hizo caso a los policías firmando el informe y haciendo constar que no tenía nada roto y que podía volver al hospital anterior.

Esa noche no dejaron estar a nadie conmigo. Una amiga estuvo toda la noche esperando fuera e intentando entrar a hacerme compañía, y no la dejaron, a pesar de que les dijo que, si hacía falta, le hicieran lo mismo que a mí para así poder estar ella conmigo esa noche.

También vinieron mi madre y mi hermana. Y yo no te puedo explicar lo que ellas sintieron, porque, si ya te duele ver a una persona en esta situación, imagínate si esta persona es tu hija o tu hermana. Pero, a pesar del estado en el que me encontró mi madre, me vio animada.

Al día siguiente, vino un médico a visitarme y me dijo que me tenía que dar el alta para que yo pudiera salir del hospital. Los policías lo querían así para que yo pudiera ir a la cárcel, ya que, si salía a la calle, explicaría lo que la policía del régimen había hecho conmigo. Así que me dieron una pomada que, en 24 horas, te disimulaba los moratones y así se podrían evitar denuncias. Mi madre empezó a llorar y le pidió al médico que me retuviera 24 horas más en el hospital, ya que mi estado no era para poder salir entonces. “Con su estado, no puede moverse”, le suplicaba mi madre, “que, teniéndola que ayudar para moverse, ¡imagínese si la llevan a la cárcel! … No me da miedo la cárcel, sino el estado en el que va a ir… Con ese ojo, necesita a alguien para que la cuide”, insistía mi madre. Pero, por miedo a la autoridad marroquí, el medico dijo que él no podía hacer nada. Los marroquíes temen mucho al régimen. Pero a nosotros, su Gobierno no nos da miedo.

Me metieron en un furgón y mi madre lloraba mientras me llevaban. Desde la camilla, hice ‘así’ – explica Sultana, mientras hace el signo de victoria con dos dedos –, y le dije: “no tengáis miedo, que no me va a ocurrir nada”.

Vamos a seguir luchando siempre así mientras estemos ocupados por Marruecos. Si no hago esto por mi país, mi vida tampoco tiene sentido. Prefiero morir por el Sahara que vivir bajo el régimen marroquí.

Sultana Jaya, en 2007 / Fotograma del documental «Saharauis, entre la ocupación y el exilio».

Me devolvieron a la comisaría de Jemaa el-Fna y pasé dos horas allí antes de que me llevaran al juzgado, donde se me asignó un abogado. Allí pude ver otros saharauis a la espera de juicio. Y cuando me vio el juez, éste me preguntó: “¿Quién te hizo esto? ¿Los saharauis?”, a lo que contesté: “Los saharauis no hacen esto a las mujeres. Me lo hicieron marroquíes”. Entonces, el juez me avisó: “Si quieres que no te pase nada, debes declarar que lo del ojo y los golpes en los brazos no lo hicieron los marroquíes, sino que te lo hicieron los saharauis”. Yo contesté que los saharauis nunca me harían aquello y que prefería morir antes que afirmar lo contrario.

Yo no soy la primera en ser tratada así. Ni seré la última. Lo hicieron antes y lo seguirán haciendo después. Es lo mismo siempre desde 1975 hasta hoy.

Ese encuentro con el juez fue el día 15, y me citó a juicio para el día 18. Mi abogado pidió que me dieran unos días libres hasta esa fecha para poder volver a casa. Me llevaron a casa y el 18 ven que mi situación no es como para celebrarse la vista, ya que no puedo levantarme. Ni siquiera, sentarme. Tan sólo podía dejar que me movieran. Entonces me dieron una nueva fecha para el juicio: el 25.

Al llegar el día 25, me llevaron a los tribunales precisando de ayuda y apoyo físico. Yo iba con una melfa y, cuando llegué al juzgado, volví a hacer ‘así’ – Sultana repite el gesto de victoria con la mano –. Había observadores que venían de España y yo estaba con seis saharauis más que también iban a ser juzgados. Finalmente entré apoyada en mi abogado y me esposaron, pero yo seguía haciendo ‘así’ – victoria con la mano – mientras gritaba que no había más alternativa para el Sahara que la independencia. El juez se sorprendió y me dijo: “¿Qué pasa? ¿Que no respetas al juez? ¡Como mínimo, respeta la foto del rey que está colgada!”. Y le dije “Tenéis vosotros que respetarnos también a nosotros. Es tu trabajo. ¿Quieres que te muestre respeto? Pues tú también tienes que respetar mis derechos. Y vamos a seguir diciéndolo: ¡no hay más alternativa que la independencia!”

Al contestar así, el juez se enfadó y llamó a los policías, a quienes dije: “Me habéis quitado un ojo, pero no me dais miedo. Hagáis lo que me hagáis, no conseguiréis que deje de luchar por la independencia, ni yo ni ninguna mujer saharaui”. La policía no dejó entrar a ningún otro saharaui al juicio. Sacaron los dossiers que firmaron con mi dedo y concluyeron que yo los había firmado. Y aún se dijeron más mentiras allí. Yo negaba haber firmado ningún papel y explicaba que fueron ellos los que lo habían firmado con mi dedo. Pero no sirvió de nada y continuaron con la mentira. Luego dijeron que yo trabajaba para el Polisario, a lo que contesté: “Yo no trabajo para el Polisario: yo soy polisaria. Todos los saharauis somos el Polisario, y esto nadie lo puede cambiar.” 

El juez intervino para decir que ahí había muchos abogados que decían otra cosa, a lo que contesté que esos no eran abogados, sino marroquíes, y que no había ningún otro saharaui en la sala. Sí que había cinco saharauis más conmigo, pero, como yo, estaban allí para ser juzgados. El juez nos dijo que, a las 5h, daría el veredicto.

A las 5h, llamó el abogado y dijo que el juez había impuesto un año de cárcel a los cinco saharauis, y a mí, tres meses. Esa es la justica del régimen marroquí. Su único propósito es eliminarnos para así poderse quedar el Sahara para ellos. Pero eso, que ni lo sueñen.

 – ¿Qué opciones de futuro se está ofreciendo a los jóvenes saharauis en el Sahara ocupado?

Los jóvenes saharauis tienen muy mala opinión del Gobierno marroquí y piensan que éste nunca va a ofrecer soluciones a los jóvenes que viven en el Sahara ocupado. Además, ningún saharaui va aceptar a un Gobierno que hace todo esto que podéis ver en estas fotos – dice Sultana, mientras saca fotos de activistas saharauis torturados, como la de Aminetu Haidar –. ¿Qué pueden esperar del Gobierno marroquí los jóvenes saharauis si sólo ven el resultado que ves en estas fotos? ¿Tú crees que vamos a aceptarlo con todo lo que nos está haciendo? – repite mientras sigue sacando fotografías de saharauis encarcelados y desaparecidos –. Todas estas personas son presos, y, de algunos, no sabemos dónde están. Y estos de aquí – dice señalando otras fotografías diferentes – son oficiales marroquíes culpables de estas torturas. ¿Tú crees que vamos a aceptarles algún día?

En las zonas ocupadas, los saharauis tienen muchas dificultades para poder estudiar o conseguir un trabajo. De hecho, no se ofrece trabajo a los saharauis para que los jóvenes decidan marcharse a España a buscarse la vida. De esta manera, presionan a los jóvenes saharauis para que escojan la opción de subirse a pateras poco seguras y que vuelcan en la playa. Esto es lo que ofrece el Gobierno marroquí para los saharauis.

 – Después de dos años de Intifada, ¿en qué aspectos se ha avanzado?

Desde 1975 hasta el año 2002, nadie sabía lo que les pasaba a los saharauis de la zona ocupada, y ahora tenemos el apoyo de mucha gente en todo el mundo a pesar de las dificultades que pone el Gobierno marroquí para permitir la entrada de extranjeros en el territorio ocupado o para dejar salir información hacia el exterior. Algunos periodistas, por ejemplo, son testigos de lo que pasa aquí dentro y nos están ayudando mucho.

Pero se empezó a saber que había miles de personas que estaban encarceladas, muertas o desaparecidas. Antes, no se sabía de esta gente en las cárceles, ni que nos cogían y nos tiraban al mar desde aviones, etcétera. Pero hemos logrado que el mundo sepa de nosotros, de nuestras manifestaciones y de activistas de los derechos humanos como yo misma, Aminetu Haidar, Hmad Hmmad o Brahim Dahane. Y reivindico el hecho seguir vivos para poder dar nuestro testimonio.

 – ¿Crees que a través de la resistencia pacífica se puede desbloquear el proceso de paz y llegar a la celebración del referéndum?

Nosotros somos un pueblo de paz. Es Marruecos, en cambio, quien siempre ha estado obstaculizando el proceso de paz y nunca nos ofrece soluciones. En cuanto a la guerra, los saharauis no la queremos. Todo el mundo sabe que somos un pueblo pacífico y que queremos que todo se solucione sin violencia. Pero, aunque para el mundo no existamos, nosotros levantaremos nuestra bandera en todo el Sahara.

Quizá Marruecos esté deseando que nosotros declaremos la guerra. Últimamente hasta ha sugerido la idea de hacer otra marcha pero que llegue hasta Tifariti. A ver si pueden llegar hasta Tifariti… Nosotros estamos intentando solucionar las cosas con paz, pero, si al final no nos dan otra opción, estamos preparados para la guerra. Sea como sea, lucharemos hasta el final. Para eso estamos preparados y eso es lo que los saharauis vamos a hacer.

Sultana Jaya ha sido varias veces agredida, pero las dos agresiones más violentas que ha sufrido esta activista saharaui han sido la que se acaba de relatar aquí, de 2007, y la ocurrida este mes de septiembre pasado en El Aaiún ocupado.

Recordemos que, a principios de septiembre, Sultana, como otros cientos de saharauis en los territorios ocupados del Sahara Occidental, había salido a manifestarse ante la llegada de un grupo de eurodiputados de la Comisión de Comercio Internacional, que viajó hasta el Sahara ocupado para conocer de primera mano las diferentes versiones que el Gobierno marroquí y la población del territorio tienen sobre el acuerdo de pesca entre la Unión Europea y Marruecos.

La misión realizó varias entrevistas en Dajla, epicentro de la industria pesquera del Sahara Occidental, y en El Aaiún, su capital administrativa. Con las conclusiones de su visita a este territorio no autónomo, los eurodiputados preparan un informe para que la Comisión de Comercio Internacional vote y se pronuncie, en noviembre, sobre la legalidad del acuerdo de pesca firmado por la Comisión Europea y el gobierno de Marruecos. Posteriormente dicha cuestión será tratada, en diciembre, en el Parlamento Europeo.

(*) Todas las imágnes de esta entrada son fotogramas de la entrevista a Sultana Jaya para el documental «Saharauis, entre la ocupación y el exilio» (2010).

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